En total son seis películas de Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Alemania, Bulgaria, Austria y Portugal. Pelearán en los rubros "Competencia internacional", "Competencia latinoamericana" y "Competencia Argentina".
Competencia internacional
A fábrica de Nada
Director: Pedro Pinho
Una noche, un grupo de obreros portugueses se da cuenta de que la administración del lugar está a punto de robarse la maquinaria y las materias primas con las que llevan a cabo sus tareas en la fábrica. Como consecuencia de su decisión de organizarse y ocupar el lugar para proteger los equipos e impedir el desplazamiento de la producción, los trabajadores se ven obligados a permanecer en sus puestos de trabajo, sin nada que hacer, mientras al mismo tiempo los patrones llevan adelante negociaciones individuales para arreglar los despidos. Llevados por un sentimiento de urgencia y alguna clase de instinto vital que todavía perdura, y mientras ven colapsar tanto sus trabajos como las instituciones en las que alguna vez creyeron, son forzados a embarcarse –reticentes y asustados– en una experiencia inesperada, una aventura colectiva. Estrenada en la Quincena de los Realizadores del último Festival de Cannes, A fábrica de nada es al mismo tiempo una invitación para repensar el rol del trabajo en una época en la que la crisis se volvió la principal forma de gobierno, un himno a la impotencia destituyente, y un musical del lamento.
De Pedro Pinho (Portugal), realizador, guionista y productor.
Western
Valeska Grisebach
Una compañía alemana opera sobre el cauce de un río en un pueblo rural de Bulgaria. Los obreros llevados allí para trabajar son todos hombres y alemanes. Se trata de hombres solos en territorio extranjero, lo cual puede despertar tanto un sentido de la aventura como algunos prejuicios frente a diferencias culturales e idiomáticas. Uno de ellos no parece interesado en las formas de compartir los momentos libres con sus compañeros, pero desarrolla paulatinamente una legítima curiosidad por la cultura de la aldea. La tercera película de Valeska Grisebach (Alemania) es narrativamente prodigiosa; todo se sugiere, nada se explicita. Su inequívoco título remite tanto al género como a una posición geopolítica e histórica: no hay indios (pero sí hay un caballo), aunque hay otros que tienen una historia en común con los visitantes y albergan sus razones y sospechas. Lo que sucede entre el protagonista y uno de los hombres de la aldea constituye una conmovedora y discreta utopía sostenida en la amistad, que prescinde involuntariamente de una misma lengua, pero está atravesada por un deseo mutuo de reconocimiento.
Competencia latinoamericana
Eugenia
Martín Boulocq
La rutina de Eugenia se bifurca por pequeños atajos cuando decide abandonar a su esposo en medio de un paisaje montañoso. El relato es la hoja en blanco de la protagonista, y escena a escena irá descubriendo una nueva identidad. En esta sorpresiva travesía, el espectador es su gran compañero, dispuesto a escoltarla mientras ella repta por espacios desconocidos, guiada por su curiosidad. La búsqueda se hilvana a través de momentos y situaciones pequeñas y naturales, charlas, comidas, trabajos fallidos; esquivando las grandilocuencias del melodrama en favor de tajadas de vida hipnóticas en su sobriedad; desde cocinar caramelo hasta actuar en una película interpretando a una famosa guerrillera, sin perderse de compartir la cama con una mujer. Entintado con un abanico de grises, el cuarto largometraje de Martín Boulocq (Bolivia) hace zoom en un personaje que deberá emprender un safari por sus emociones rotas. A través de una narración intimista, el director muestra cómo Eugenia transita un universo masculino; allí, son ellos –padre, hermano, director de cine– quienes dan la orden mientras Eugenia busca una isla donde pueda por fin ser ella misma.
Las olas
Adrián Biniez
Un día de verano que aparenta ser como cualquier otro, Alfonso interrumpe sus quehaceres cotidianos en la ciudad para refrescarse en el mar. Cuando sale, está en otra costa, con otro bañador y en un tiempo impreciso. Ese misterio va revelando sus capas cada vez que entra al agua: vuelve a salir vestido de manera diferente, en otra playa, y se relaciona con distintas personas que formaron parte de su vida. Las olas es un paso adelante en el cine de Adrián Biniez (Argentina), cuyo talento para el humor asordinado descubrimos en Gigante (2009), y quien dotó de nuevos adjetivos el malgastado costumbrismo en El 5 de Talleres (2014). Aquí dobla la apuesta contando la vida de un personaje que entra y sale del mar como si pasara los capítulos de su propio libro de aventuras (la película está dividida en segmentos que llevan nombres de cuentos clásicos, como La isla del tesoro o Viaje al centro de la Tierra). Al mismo tiempo, va tejiendo un relato de ribetes fantásticos: en cada espacio y época en la que Alfonso participa –ya sea como niño o como adulto–, vemos al mismo actor (Alfonso Tort), en un gesto que sumerge a la película en terrenos en los que el absurdo se desliza en viñetas de un virtuoso surrealismo y con una frescura extraordinaria.
Competencia Argentina
Los vagos
Gustavo Biazzi
El pasaje de la adolescencia a la adultez es un momento tan complejo en la vida de un ser humano que el cine tuvo que inventar su propio subgénero: el coming of age. Como Seth y Evan en Supercool, los protagonistas de Los vagos quieren explotar los restos de adolescencia que les queda en el tintero, antes de que la carroza de la adrenalina juvenil se convierta en la calabaza del compromiso y las responsabilidades. Guiada por el caminar flotante de Ernesto, el protagonista, la ópera prima de Gustavo Biazzi se cuela en la rutina desordenada de un grupo de amigos mientras vacacionan entre Posadas e Ituzaingó. Reproduciendo el ritmo que oscila entre la parsimonia de una resaca rencorosa y el estallido hormonal de una noche donde el sexo marca agenda, el director debutante observa de cerca el nacimiento de una nostalgia que hace fuerza por entrar en la mirada encendida de esos chicos que surfean por sentimientos enigmáticos. Saben que no pueden luchar contra el inminente desenlace de una época idílica; solo les queda dejarse llevar por la marea de la incertidumbre. Biazzi los acompaña con su cámara haciendo realidad el sueño de Ernesto: volver eterno ese verano inolvidable.
Todo lo que veo es mío
Mariano Galperín, Román Podolsky
En 1918 sucedieron en la Ciudad de Buenos Aires dos importantes hechos históricos: la inesperada llegada de la nieve y la visita de una estrella dadaísta, Marcel Duchamp. El artista que se animó a pintarle bigotes a la Mona Lisa tocó suelo porteño escapando de las restricciones de la Primera Guerra Mundial, y teniendo como único contacto con sus compañeros del movimiento las cartas de puño y letra en las que describía las extrañas costumbres de los argentinos. A través de las posibilidades infinitas de la ficción, Todo lo que veo es mío reconstruye los días de Duchamp entre las visitas a los lagos de Palermo y el ritual del mate. Filmado en un elegante blanco y negro, el largometraje de la dupla Galperín-Podolsky muestra al creador del arte conceptual en la intimidad de una pieza alquilada, besando su pipa y enloquecido por encontrar la jugada perfecta de ajedrez, y devela las imágenes que nunca se encontraron sobre ese misterioso y breve exilio en la capital más austral de Sudamérica. Cada plano onírico que se acerca a la belleza compulsiva nos impregna en la retina la ilusión de que, al salir de la sala, podremos encontrar una huella de Duchamp en alguna esquina.